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Por amor al ARTE.

La luz del invierno se encendía con intención de unir a los viajeros que llegaban tarde a coger el tren con destino a paraísos artificiales sumidos en tragedias y canciones sin letras, que se escapaban de los labios de los gatos.
Enamorados fugaces que se rendían a sus últimos suspiros con olor a despedidas y jazmín.
El atardecer nada prometedor, los cenáculos plagados de almas decadentes que integraban al mismísmo Baudelaire. ¿Por qué ahí? Justo en una esquina histórica dos miradas se cruzarían sin saber que sus vidas, hasta entonces cocidas en fuegos insípidos, tornarían a dislumbran futuros surgidos en los Jardines Lejanos de Machado, dónde una tensión erótica y las conversaciones dulces lograrían vencer el hastío vivido en París en los años veinte.
Mujer de seda, intoxicada por la sociedad, busca majestuosidad en el cuerpo de un viajero sencillo, disfrazado de felicidad en los domingos cálidos.
Bífido y efímero, como la más espantosa muerte es el impacto del principio, ácida fusión.
Amor, rey protegido por multitudes, llora, ruega y suplica por respirar y apartarse del tablero de las determinaciones.
En busca de la liberación, la mujer de seda, cual reina desconcentrada después del exilio, cae en la cuenta de que su corazón está manifestando un grosero comportamiento. Alejada de la refinación, cuelga en su espalda de arcilla un ligero equipaje, para caminar al lado del viajero sencillo, apresurado por las ganas de subir al tren de los "te quieros sinceros". Juntos, la extraña pareja salida del manifiesto de André Breton, juegan a conocerse a escondidas de los tentáculos de las criaturas ajenas a su historia de Vanguardia.
Desconocidos, perciben el tacto de la delicadez y sienten que ya pasó el tiempo de lo artificial a favor de la naturalidad propia del cuidado.
En primavera florecieron cada mañana. Se orientaban a buscar los rayos del sol que desprendían sus frágiles cuerpos desnudos. Pasión entre silenciosas noches con suaves sábanas, calor y pieles erizadas por el contacto. Nada podía superar la fuerza de sus besos hebríos de algo conocido como: verdad.
La mujer  de seda, realiza la metamorfosis como Kafka en el umbral de la fiebre por el descontrol que le provoca su ser querido.
El viajante sencillo, igual que los ángeles se vuelve divino a los ojos de su pálida flor.
Mucho más complejos, más soñadores, más chiflados, más encantadores, más mágicos, más realistas, más humanos...se vuelven los días que comparten el dúo bucólico del romántico Goethe. Alegoría entre surrealismo y fragilidad ella. Vaivén caótico de razón y lógica, él.
Maestría en la estrategia del amor sin límites, inspiran a Dostoyevski .
El tiempo fugaz, mueven a las Parcas, y nuestros imaginantes recorren las luces de todas las estaciones, presencian eclipses de diferencias, solsticios de enriquecimiento.
Manuel de Falla no podía componer música más perfecta que el ruido de las risas que nacían día tras día del interior de mis pequeños astros lejanos.
La muerte, único impedimento en sus vidas, la única razón por la que silenciar sus voces, siempre a canon.
Un tesoro escondieron en el último día, el mapa que conducía al ser dueño del recuerdo eterno de la mujer de seda y el viajero sencillo.
Parecía que se evadían de realidad, se fugaban a contarse historias del pasado, tal como Bocaccio hubiese querido.
El otoño, el azul, la brisa...todo cuanto habían soñado se inclinaba bajo sus pies,nada superaba ya a su existencia juntos.
Románticos tardíos que mezclaban la subjetiva realidad con la objetiva verdad.
Eran, obras de arte...lejos de ser Romeo&Julieta, Shakespeare hubiese estado de ser testigo de su trágica historia.
Ellos...son cuadros abstractos, donde se refleja felicidad y futuro a pesar de que las imágenes visionarias dificulten ver y entender el arte de la divina comedia que es el vivir.
Ella da gracias a las metáforas y a las palabras que la mecen. Él se agarra a la seguridad de los números y las fórmulas del éxito.

Por amor al arte.

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